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Molino y baños del Zaporito


"Molino de Zaporito". Ubicado en el caño homónimo al pie de la Calle San Marcos, en San Fernando (Cádiz), el molino de mareas del Zaporito tenía como finalidad moler harina y toma su nombre de Juan Domingo de Saporito, dueño genovés de las tierras colindantes.
Elena Martínez Rodríguez de Lema, cuyo padre recopiló durante años la historia de este inmueble, elaboro junto con terceras personas un libro: "El Zaporito, su origen, su nombre y su historia". Fuente Patrimonio La Isla.

 

Molino actual, recuperado y restaurado, además de zona urbana adecentada.

  

A la derecha de la imagen, el habitáculo anejo al molino eran las zonas de baños.

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Los baños del Zaporito o los baños de Ureña

En 1711, el noble de origen genovés Juan Domingo Saporito adquiere una finca de vastas proporciones y promueve la construcción del caño que toma el nombre de su apellido. En 1717 vende la finca a José Micón, cuya nieta y heredera se casa con el Marqués de Ureña. Durante el siglo XVIII, La Isla y el barrio del Zaporito afrontan su desarrollo hasta Las Cortes y el asedio francés de principios del XIX

 
 
Vista del molino y del muelle del Zaporito según la maqueta realizada por Juan y José María Monteros Busto.
 
 
Colección Quijano, el Germinal a punto de atracar.
 
 

Después de la Guerra de la Independencia, superado el peligro francés, y en tiempos más pacíficos, los isleños por fin pudieron permitirse un poco de ocio y de relax. Es entonces cuando empiezan a ponerse de moda los baños de agua de mar.

En el barrio del Zaporito se hicieron famosos los llamados Baños de Ureña, porque en su tiempo pertenecieron a Manuel Molina y Medina, V Marqués de Ureña (fallecido en el año 1869) y nieto de Gaspar Molina y Zaldivar (III Marqués de Ureña, el famoso arquitecto y hombre ilustrado que vivió entre 1741 y 1806). Recordemos que los Ureña entraron a formar parte de la familia propietaria del Zaporito en 1740, cuando Manuela Zaldivar Miconi, nieta y heredera de José Micón (en italiano Miconi) se casó con el entonces Marqués de Ureña José Molina Rocha.

En 1843 estos baños pasaron a ser propiedad de Pedro Sutil Garro, rico comerciante que llegó a ser Alcalde de San Fernando, quien hizo de ellos un negocio verdaderamente próspero.

Los baños de agua de mar tuvieron gran éxito y afluencia, y estuvieron de moda durante toda la segunda mitad del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Eran considerados saludables, y muy recomendables en las épocas de calor.

El sistema usado se denominaba de baños flotantes y se realizaba en el interior del puerto, aprovechando la estructura del caño con unas compuertas que permitían utilizar las mareas para renovar el agua.

José María Carpio en su obra Cosas de la Isla nos decía:

"Zaporito es a San Fernando, como la renombrada Concha a San Sebastián. El sitio de los baños, el lugar más concurrido en esta época (1843), cuando la marea lo permite, van todas las hermosas y distinguidas hijas de San Fernando... Nada de playas, ni de casetas, ni de olas, ni de aquello que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra. Nada de eso. Un reducido cuartito impenetrable a toda extraña mirada, una esclaa de pierdra que cubre el agua del mar y permite llegar a la profundidad que más convenga, y un portalón de madera que pone en comunicación el cuarto con la caldera de un molino; ese es todo el mecanismo de estos baños. Separación absoluta de entre varones y hembras y dificultad insuperable para ver a éstas al salir del agua, constitye el carácter distintivo de los baños llamados de Ureña, hoy propiedad de mi distinguido amigo D. Pedro Sutil y Garro. Las horas propias para bañarse que varian con la luna, parecen de jubileo en las calles de la Soledad (vulgo Viñuelas), Dolores y Tomás del Valle, que conducen al Zaporito; y en ella y en los salones de espera, en donde suelen menudear los curiosos para ver frescas como lechugas a las muchachas de esta Isla, que juntas con las gaditanas, son las más preciosas que se encuentran en España".

Con la perspectiva de la moral de época que no deja de esbozarnos una sonrisilla, Carpio nos hace una descripción del ambiente decimonónico de los baños del Zaporito.

Por tanto antes de que la moda impusiera un tono de piel bronceado, y las féminas compitieran por conseguirlo para el Corpus Cristi, antes de las caravanas de nevera, sillas, sombrillas, cubitos y palitas; antes de los bañadores, trikinis, bikinis o tangas o nada, en nuestras playas, la gente iba a refrescarse a los baños del Zaporito. Ellos con un traje de baño de tirantes por los hombros y pantalones hasta la rodilla. Ellas también con traje de baño con puchos y faldón confeccionado con tanta tela que ni siquiera mojado se adivinaba la figura. Por supuesto no se podía olvidar el gorro a juego.

Sin embargo no todo el mundo podía pagar el servicio de tales instalaciones, ni costearse semejante atuendo. Por tanto muchos, ni cortos ni perezosos, se bañaban directamente en los caños en ropa interior, lo que en aquella época no dejaba de ser un atrevimiento.

Los astilleros

En el s. XVIII los Borbones impulsaron la industria naval militar en los astilleros de la Carraca que realizaba construcciones y reparaciones de embarcaciones de carácter militar.

Si tuviéramos que hacer un balance de los dos siglos en los que esta industria se desarrolló podríamos decir que fue altamente positivo a pesar de su caída final. Esta decadencia comienza con el siglo XX, periodo oscuro para la economía isleña, debido a la crisis de la industria naval, motivada por la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas que propició el cierre de estos astilleros.

En 1947 se funda la Empresa Nacional Bazán de Construcciones Navales Militares S.A., que fue una sociedad estatal española creada por iniciativa del INI, dedicada al sector de la construcción naval militar que construyó embarcaciones de gran tonelaje. En el año 2000 Bazán se fusionó con Astilleros Españoles (AESA), pasando a ser una parte integrada en los astilleros IZAR. Hasta entonces poseía astilleros en Ferrol, Cartagena y San Fernando. Sin embargo a las fuertes pérdidas económicas originadas por la feroz competencia de extremo oriente, de países como Japón, Corea, China, Taiwan, e India, se sumó la de países europeos como Polonia, Rusia etc. Por eso en el año 2005 se divide entre Navantia de carácter público y militar, e IZAR LIQUIDACION dedicada al sector civil que fue puesta en el mercado para su privatización.

Pero a la vez, paralelamente a toda esta gran industria naval, y durante todo este tiempo se desarrolló en la Isla la carpintería de ribera, industria artesanal de construcción naval de carácter civil de tamaño pequeño o mediano.Era una herencia de tiempos inmemoriales a la que el mismo Felipe V le dio un fuerte impulso con el Real Carenero, y se desarrolló hasta mediados del s. XX, aunque su etapa de esplendor fue entre 1848 y 1958.

Durante todo este tiempo el oficio de carpintero de ribera fue fraguando una mano de obra artesanal especializada de gran calidad.

Según los datos obtenidos de la Ayudantía de la Comandancia de Marina de San Fernando, en el astillero del Zaporito, durante ese periodo (1848-1958), se construyeron 416 embarcaciones entre candrayes, faluchos, botes etc., siendo su periodo de máximo esplendor el primer cuarto del pasado siglo XX.

El astillero estaba situado en la plaza Manuel de la Puente, más conocida como Plaza del Zaporito. Contaba con dique y muelle de piedra ostionera, embarcadero, rampa de lanzamiento para las botaduras, carpintería y almacenes.

En la segunda mitad del s. XIX era propiedad de Miguel Martínez Ramos. Luego lo heredó su hijo Manuel Martínez Caballero que lo dirige durante toda la primera mitad del siglo XX.

Manuel Martínez Caballero, nieto del Pelele, aquel simpático niño que traspasaba las líneas francesas, nació en Puerto Real en 1871. Creció y se educó allí, pero muy joven vino a trabajar con su padre a los astilleros del Zaporito de San Fernando. Se casó en la Iglesia Mayor con María Chamorro Estévez y tuvo una prolífica descendencia de 8 hijos: Ana, Manuela, Josefa, Manuel, Miguel, Encarnación, Antonio y Pedro.

Nieto de Ana Martínez Chamorro, su hija mayor, es Manuel Mª de Bernardo Foncubierta, hoy alcalde de San Fernando. Manuel Martínez Caballero levantó la industria que heredó de su padre creando más de 20 puestos de trabajo directos. Se dice que el primero que tuvo un camión en San Fernando fue él y que lo compró por 5.000 pesetas.

EL Pelele

La tensión y el odio entre franceses y los isleños, llegó a su punto más álgido con la invasión de las tropas francesas en las tierras gaditanas.

Al fin y al cabo los franceses de Napoleón no eran más que un ejército de afán imperialista que se proponía conquistar el territorio español, lo cual, a estas alturas, era lo mismo que decir conquistar a los gaditanos. La gente sentía odio contra el invasor y lo manifestaba de la forma que podía o sabía. Los muchachos se ofrecían voluntarios para luchar, las mujeres ayudaban en las escaramuzas.

La gente se sentía unida y todos despreciaban a los franceses. Los llamaban gabachos, palabra que significa francés, pero con un sentido altamente despectivo.

Los franceses eran los fanfarrones, es decir los chulos, los presuntuosos, los que presumen de una valentía que no poseen.

Todo el mundo sabía que con las bombas que tiraban los fanfarrones se hacían las gaditanas tirabuzones. Y eso que Napoleón aprovechó la fábrica de artillería de Sevilla para hacerse unos cañones tan grandes y potentes, que sería muy difícil usarlos como rulos para rizar el cabello de las gaditanas.

Pero la letra de la canción refleja claramente el sentir popular de la época.

Pues bien, un descendiente de Juan Domingo Saporito, aquel rico caballero genovés establecido en Cádiz, que se compró una finca en la Isla en el año 1700 y que construyó en ella el caño del Zaporito, fue el teniente Gregorio Zaporito Reynalte que se distinguió en los combates y enfrentamientos con los franceses en la Isla de la Guerra de la Independencia.

De esta época se cuenta que un vivaracho chiquillo pasaba entre las líneas enemigas con tanta facilidad y desparpajo, que se granjeó el cariño de todos, tanto de los invasores como de los isleños. Los franceses, por su carácter despierto y simpático, lo llamaron el Pelele (en francés: muñeco). Este apodo se trasmitió de generación en generación, y llegó hasta su nieto Manuel Martínez Caballero que llegó a regentar los astilleros del Zaporito durante la primera mitad del pasado s. XX. Su carpintería donde se realizaban las previas de los barcos se conocía como la carpintería Martínez o Pelele. Hoy día nuestros mayores todavía lo recuerdan.

Y también los que hoy en San Fernando hayan cumplido 50 años, recuerdan el colegio Pelele, que dirigía Manuela Martínez Chamorro, hija de Manuel Martínez Caballero. Era un colegio femenino en el que se cursaba la enseñanza primaria y se hacía la preparación para la primera comunión. Estaba situado en la calle Daoiz, entre Isaac Peral y Saturnino Montojo, y a sus aulas asistieron muchas niñas que hoy lo cuentan a sus nietos.
 
 

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