Las referencias a las lesiones en la médula espinal y a su tratamiento se remontan a la antigüedad, pero eran pocas las posibilidades de recuperación en una lesión tan devastadora.
La evidencia más antigua se encontró en un papiro egipcio, del año 1700 a.C., que describe dos lesiones de la médula espinal, caracterizadas por la fractura o dislocación de la vértebra del cuello y acompañadas de parálisis. Cada lesión fue descrita como “una dolencia que no debe ser tratada”.
Siglos más tarde, en Grecia, el tratamiento de la misma lesión de la médula espinal no había cambiado en esencia. Según Hipócrates (460-377 a.C.), no existían opciones de tratamiento, estas lesiones causaban parálisis y los pacientes estaban destinados a morir. Hipócrates utilizó formas rudimentarias de tracción para tratar fracturas de la columna que no desencadenaban en parálisis.
La escalera hipocrática era un dispositivo en el que el paciente era atado y amarrado de cabeza a unos escalones, siendo sacudido vigorosamente con el fin de reducir la curvatura vertebral.
Otra invención fue el banco hipocrático, el cual le permitía al médico usar tración en la espalda inmovilizada del paciente usando las manos y los pies o una rueda con un eje giratorio.
Los médicos hindúes, árabes y chinos también elaboraron mecanismos básicos de tracción para corregir las deformidades de la columna. Estos mismos principios de tracción se utilizan hoy en día.
Aproximadamente en el año 200 d.C., el médico romano Galeno introdujo el concepto del sistema nervioso central al proponer que la médula espinal era una extensión del cerebro que transmitía sensaciones a las extremidades y las enviaba de vuelta al cerebro; y en el siglo séptimo d.C., Pablo de Egina ya recomendaba cirugía para fracturas.